Con humildad, compromiso y una voracidad competitiva intacta, el conjunto dirigido por Lionel Scaloni sigue construyendo una identidad que va más allá de los títulos. Su conexión con la gente y su actitud ejemplar los convierten en un símbolo de unidad y esfuerzo.
No buscan enemigos como estrategia. No prometen lo que no pueden cumplir. No se dejan llevar por eslóganes vacíos ni por la fama. A pesar de los años en el fútbol europeo, no olvidan sus raíces ni a quienes los apoyan. No se autoproclaman héroes, aunque sus acciones los acerquen a serlo. No se ríen de sus adversarios. Y cuando visten la camiseta, no escatiman ni una gota de esfuerzo.
Los críticos dirán que ganan millones, como si eso fuera un pecado, como si sus logros no fueran fruto del trabajo y el talento. No alardean de su lugar en la historia, ni siquiera después de conquistar su tercera estrella mundial. Y en medio de todo, emerge Julián Álvarez, corriendo con la pasión de un juvenil, jugando con la magia de Messi y presionando con la intensidad de De Paul. Es la síntesis perfecta de un equipo que mantiene intacto su espíritu competitivo y su compromiso con la camiseta.
Tras el desgaste del partido contra Uruguay el viernes, cualquiera hubiera entendido que algunos jugadores decidieran no participar en la visita al estadio de Huracán, organizada para apoyar a los damnificados por la tragedia en Bahía Blanca. Sin embargo, allí estaban, compartiendo con los hinchas, bailando y cantando al ritmo de los cánticos de «dale campeón». El Dibu Martínez, con su carisma habitual, lideraba la celebración, reforzando y renovando la conexión entre la Selección y su gente.
Puede sonar pretencioso afirmar que son el «equipo del pueblo», pero este grupo ha demostrado que la etiqueta les queda perfecta. No hay fórmulas mágicas para construir este tipo de vínculos, y es evidente que los triunfos juegan un papel importante en esta relación. Sin embargo, lo que realmente los distingue es su insaciable hambre por seguir compitiendo al más alto nivel.
No se conformaron con ganar la Copa América en Brasil. No se relajaron después de consagrarse campeones del mundo en Qatar. Tampoco detuvieron su marcha tras lograr el bicampeonato de América hace un año. Asumir riesgos y mantenerse en la cima es una actitud optimista que se refleja en cada gesto, en cada balón disputado, en cada abrazo colectivo tras un gol. Este equipo no solo inspira, sino que también genera ganas de seguirlo, de vibrar con él. Nunca decepciona.
La Selección Argentina no es solo un conjunto de futbolistas talentosos; es un símbolo de identidad, esfuerzo y unidad. Su conexión con la gente trasciende el ámbito deportivo, convirtiéndolos en un ejemplo de cómo el fútbol puede ser un puente hacia algo más grande. Y mientras sigan corriendo, jugando y luchando como lo hacen, seguirán siendo, sin duda, el equipo de todos.