El duelo entre San Lorenzo y Huracán concluyó en un empate estéril que dejó en ambos clubes un regusto amargo y la sensación de que el triunfo se les escapó de las manos. Bajo las luces del Estadio Pedro Bidegain, más conocido como el Nuevo Gasómetro, las escasas emociones se concentraron en dos episodios cruciales: una temprana expulsión y un fallo increíble en los instantes finales.
La tarde había arrancado con un pulso táctico, donde la lucha en el mediocampo opacó la creatividad. Las aproximaciones a las metas defendidas por Facundo Galíndez y Federico Gil fueron escasas y poco claras, en un partido que se antojaba destinado a ser decidido por un solo golpe de fortuna o un error definitivo.
El partido encontró su punto de inflexión en el minuto 28, cuando una reacción pueril de Luciano Giménez cambió por completo los planes del Ciclón. El delantero, en un acto de absoluta falta de madurez, propinó un codazo a Perruzzi dentro del área local, en una jugada que no representaba peligro alguno. La tarjeta roja fue inmediata, forzando al equipo de Boedo a reconvertir su esquema y jugar con un hombre menos durante más de una hora de juego.
Contrario a lo que podría esperarse, el desarrollo del cotejo no varió de manera radical. Si bien la posesión del esférico recayó en los pies de un San Lorenzo obligado a atacar, su juego careció de puntería e ideas para perforar la defensa visitante. Huracán, por su parte, optó por una prudencia excesiva, retrocediendo sus líneas y resignando la iniciativa a pesar de la ventaja numérica, esperando contraatacar.
Fue justamente en una de esas contras, a escasos minutos del silbatazo final, donde se escribió la chance más dorada de la noche. Guidara aprovechó una avanzada del local para robar un balón y habilitar con un pase milimétrico a Walter Tissera, quien quedó cara a cara con el guardameta Gil. Con la victoria en los pies y todo el arco a su merced, el delantero del Globo buscó el primer poste pero su remate terminó desviado, estrellándose no en la red, sino en la incredulidad de la hinchada visitante.
El pitazo final confirmó el 0-0. Un resultado que, lejos de satisfacer, alimentó la frustración en ambos vestuarios. San Lorenzo lamenta una expulsión evitable que lo condicionó durante la mayor parte del duelo, mientras que Huracán cargará con el peso de haber desaprovechado una oportunidad histórica para concretar un triunfo agónico y valiosísimo en el feudo de su máximo rival. Un clásico que, en definitiva, no tuvo víctimas ni verdugos, sino solo protagonistas de su propia impotencia.