La emblemática empresa Grimoldi, junto a toda la industria, enfrenta una severa desaceleración. El CEO admite una planificación basada en expectativas fallidas, mientras las cifras de producción se derrumban y el fantasma de los despidos recorre el sector.
La reconocida firma de calzado Grimoldi, una institución con 130 años de historia y antaño la fábrica más grande de Sudamérica, se encuentra navegando en aguas turbulentas. La compañía, que actualmente emplea a un millar de personas y genera una facturación de doscientos millones de dólares, atraviesa un período complejo tanto en ventas como en producción, un espejo de la crítica situación que afecta de manera transversal al entramado industrial y comercial argentino.
Al frente de la empresa, Hernán Grimoldi realizó una sincera y crónica evaluación de la realidad. En declaraciones realizadas durante una entrevista, el principal ejecutivo de la firma reconoció un error de cálculo. «Fuimos demasiado optimistas», admitió, en directa alusión a la percepción inicial que se tuvo sobre el modelo económico impulsado por la administración de Javier Milei y la evolución de la actividad comercial. Este diagnóstico resulta particularmente significativo, no solo porque contradice la visión oficial que minimiza la caída del consumo, sino porque revela que las empresas de mayor envergadura planificaron sus operaciones sin anticipar una crisis de ventas que ya se insinuaba con claridad en los números y en el estancamiento de la recuperación salarial.
Grimoldi detalló el razonamiento que llevó al sector a proyectar un 2025 más alentador. Tras un primer trimestre del año pasado extremadamente difícil, la situación repuntó en el tercero y culminó con un cuarto trimestre calificado como «extraordinario», impulsado por las ventas navideñas. Con ese panorama en la retina, las empresas se abastecieron de stock, comprando con la firme convicción de un crecimiento sólido. Sin embargo, la realidad de este año desmoronó esas previsiones. Tras un arranque aceptable, la actividad comenzó a «aflojar» considerablemente, con el mes de septiembre descrito sin tapujos como «un horror» para todos los rubros.
El empresario explicó que, en el contexto actual, la rentabilidad del calzado se ha visto severamente comprometida. La combinación de un inventario descomunal, la necesidad de recurrir a constantes promociones que erosionan los márgenes de ganancia y el aumento de las tasas de interés financiero, configura un escenario asfixiante. «Hoy me da más caro fabricar en Argentina», afirmó, subrayando que la decisión de mantener la producción local se sustenta en la tradición y el arraigo de una empresa fundada en 1895. No obstante, fue contundente al señalar que, sin reformas estructurales de fondo, la viabilidad del sector es limitada, anticipando que la producción de calzado deportivo probablemente emigre a destinos como Asia o Brasil, mientras que la moda aún preserva un espacio para la competencia local.
Una crisis con rostro y cifras
Este difícil panorama no es exclusivo de Grimoldi, sino que se extiende como una mancha de aceite sobre toda la industria del calzado. Desde la Cámara del sector, su secretario, Horacio Moschetto, pintó un cuadro desolador con números concretos. La producción nacional, que alcanzó los 120 millones de pares en 2023, se desplomó a 100 millones el año pasado. Para el corriente 2025, las proyecciones más optimistas apuntan a una caída hasta los 80 millones, mientras que los pronósticos pesimistas anticipan un piso de apenas 70 millones.
Moschetto transmitió la angustia que recorre el sector: «Hay una sensación de no saber cómo seguimos, de ver que se pierden empleos, fábricas y no saber cuándo puede llegar a reactivar esto». La crisis, que inicialmente impactó en las ventas, ya ha comenzado a traducirse en despidos y cierres de establecimientos. Grandes nombres como Bicontinental, Dass y Topper han realizado recortes masivos de personal, sumando cientos de desvinculaciones. Empresas medianas y pequeñas enfrentan una realidad igual o más dramática, con despidos y suspensiones que se suceden semana a semana. El diagnóstico final, que coincide plenamente con el de Grimoldi, es terminante: «Tenemos un problema grave de sobrestock. Hay más mercadería de la que el mercado puede consumir».