Dos adolescentes fallecieron al ser halladas sin vida sobre un convoy en Brooklyn, en un incidente que las autoridades atribuyen a la peligrosa moda de viajar en el exterior de los trenes, un fenómeno que registra un alarmante incremento impulsado por las redes sociales.
Una trágica escena se desarrolló en la madrugada del sábado en el corazón de Brooklyn, donde la vida de dos adolescentes fue truncada de manera abrupta y violenta. Los cuerpos sin vida de las jóvenes fueron localizados por agentes de la Policía de Nueva York sobre la cubierta del último vagón de un tren de la línea J, que moments antes había cruzado el Puente de Williamsburg procedente de Manhattan. La alerta, recibida poco después de las tres de la madrugada, movilizó a los servicios de emergencia hacia la estación Marcy Avenue, donde solo pudieron constatar el deceso de las víctimas, cuyas identidades se mantienen en reserva hasta que se complete la notificación a sus familiares.
Las pesquisas iniciales apuntan de forma contundente a una práctica temeraria conocida como subway surfing, que consiste en desplazarse por las superficies externas de los convoyes en movimiento. Este suceso ha encendido las alarmas sobre los letales riesgos que conlleva esta actividad, impulsada principalmente por la búsqueda de notoriedad en plataformas digitales. El presidente de la Autoridad de Tránsito de la Ciudad de Nueva York, Demetrius Crichlow, expresó con profundo pesar la magnitud de la pérdida, destacando la cruel paradoja de que una acción percibida como un juego pueda tener un desenlace tan devastador para las familias y la comunidad.
Una Tendencia con Consecuencias Devastadoras
Lejos de ser un hecho aislado, este incidente se inscribe dentro de una tendencia creciente y profundamente preocupante. El subway surfing, una actividad con décadas de historia, ha experimentado un resurgimiento dramático en los últimos años, alimentado por la viralización de contenidos arriesgados en internet. Las cifras oficiales revelan una escalada mortífera: mientras que en el período de 2018 a 2022 se registraron cinco decesos, solo en 2023 y 2024 se contabilizaron cinco y seis fallecidos respectivamente, a los que se suman al menos tres vidas perdidas en lo que va de 2025. La peligrosa inmediatez del fenómeno se evidenció el mismo día de la tragedia en Brooklyn, con un adolescente de catorce años hospitalizado tras una caída de un tren en Queens, en un episodio con todas las características de esta práctica.
La respuesta de las fuerzas de seguridad ha sido contundente, reflejada en un número significativo de intervenciones. Los arrestos por esta causa ascendieron a 162 durante 2024, y en los primeros meses del presente año ya se han efectuado 128 detenciones, según datos proporcionados por la Autoridad de Tránsito Metropolitano.
Estrategias para Frenar una Epidemia de Riesgo
Frente a esta crisis de seguridad pública, las autoridades municipales y estatales han redoblado sus esfuerzos en una lucha que combina la disuasión, la vigilancia y la pedagogía. Campañas de concienciación, como la iniciativa “Subway Surfing Mata – Viaja Dentro, Permanece Vivo”, buscan llegar directamente a la mente de los adolescentes para desmitificar el peligro. Paralelamente, se ha establecido una colaboración activa con gigantes de las redes sociales como TikTok e Instagram para eliminar contenido que glorifica estas maniobras, logrando la retirada de más de mil ochocientos videos hasta la fecha.
La tecnología se ha sumado a esta ofensiva preventiva con el despliegue de drones por parte del NYPD para vigilar las vías y disuadir a potenciales imitadores. Este mensaje de precaución se ha amplificado a través de voces influyentes, como la de la rapera Cardi B, quien se ha unido a la causa para grabar anuncios dirigidos a la juventud. Crichlow enfatizó el profundo impacto emocional que estos episodios tienen no solo en los círculos íntimos de las víctimas, sino también en los trabajadores del sistema de transporte, quienes se ven confrontados con las secuelas de lo que calificó como una “horrible tragedia”. Un recordatorio sombrío de que el precio de unos segundos de emoción puede ser, literalmente, una vida entera.