En las puertas del Movistar Arena, la antesala del acto de Javier Milei se transformó en un escenario de enfrentamiento simbólico entre oficialismo y oposición. La protesta callejera, la desproporcionada vigilancia de las fuerzas de seguridad y un clima social polarizado marcaron una jornada donde la palabra y el gesto desafiaron al discurso único.
Un Escenario Inédito para un Rito Político Acostumbrado
Hace apenas unos meses, la imagen habría resultado inimaginable. La previa del espectáculo de Javier Milei en el Movistar Arena —un recinto donde, según versiones sobre el financiamiento de campaña, siempre se sintió en terreno propio— se vio esta vez desbordada no solo por la militancia libertaria, meticulosamente organizada y con su distintiva parafernalia violeta o roja. Esta ocasión estuvo dominada, sobre todo, por las columnas de manifestantes que acudieron a vociferar su repudio al Presidente y a su gestión, coreando consignas contra el “narco gate” y el ya infame “tres por ciento”, entre otros episodios de escándalo público.
El tono lo estableció también la desmedida dotación policial que se desplegó por los alrededores del vecino parque Los Andes, cubriendo las avenidas Corrientes y Dorrego, y extendiéndose aún más allá. Y, ya cerca del horario de inicio del evento, la represión ejercida por esas mismas fuerzas —Gendarmería y Policía de la Ciudad— contra los manifestantes, a quienes “arrearon” sin justificación aparente a lo largo de un par de cuadras por Corrientes.
La Batalla Dialéctica en la Calle
“¡Y ya lo ve, y ya lo ve, vinieron todos, no vino Espert!”, “¡A laburar, a laburar, el kirchnerismo no existe más!”, se escuchaba de un lado. Del otro, la respuesta no se hacía esperar: “¡Milei, sionista, vos sos el terrorista!”, “¡Presos, todos bien presos están hoy!”. Los insultos y las proclamas se entrecruzaban en un duelo verbal que, por momentos, adquiría el ritmo de una contienda de rap. La tensión flotaba en el aire; algún que otro individuo se aproximaba de manera intimidante al bando contrario, gesticulaba, profería amenazas. Mientras los agentes no mediaban, el conflicto se mantenía en un frágil equilibrio.
Era evidente que nadie deseaba que la situación escalara, comenzando por aquellos que parecían coordinar a los grupos en la fila de acceso al estadio, distribuyendo entradas y dando instrucciones. Eran ellos quienes se ocupaban de apaciguar los ánimos exaltados. Intercambiaban impresiones con los uniformados, aceptaban sugerencias. “Campeón, decile al muchacho que no haga más esos gestos soeces, hay damas presentes”, pedía un agente. “Disculpe, comisario, es buenito él, no se da cuenta”, replicaba un organizador.
La Grieta en el Asfalto y el Lente Selectivo
Un conglomerado de personas se apiñó en la esquina de Dorrego y Corrientes, frente al estadio. Los otros avanzaban desde el parque, recorriendo las cuadras que les separaban del lugar tras vallas, escoltados por un cordón de seguridad. Muchos gesticulaban y proferían improperios contra sus adversarios. También alzaban las manos cruzadas: “¡Todos presos, todos presos están!”, “¡To-bi-llera!”, coreaban con sorna.
Desde la vereda de enfrente, la réplica consistía en formar un tres con los dedos, aquel tres. “¡Todos narcos, son todos narcos!”. Numerosos efectivos filmaban minuciosamente toda la escena; esa fue su única función durante toda la tarde. Apuntaban sus cámaras de manera exclusiva hacia uno solo de los grupos. El lector fácilmente deducirá cuál.
El Dispositivo Partidario y la Protesta Acorralada
Las extensas hileras de micros estacionados eran solo una muestra del formidable operativo partidario desplegado para este acto. Llegados desde diversas provincias o localidades del conurbano, “los de violeta” exhibían con carteles o banderas sus lugares de origen o sus referentes. “En José C. Paz, María Amoroso concejal”, “Leila Gianni. La Matanza”.
Por su lado, Las Fuerzas del Cielo —el sector que lideran el Gordo Dan y Agustín Romo— se distinguían con toda su mercadería en un rojo intenso: banderas, gorras y estandartes al estilo romano con leyendas combativas: “El comunismo es una enfermedad del alma”, “El cielo los aplastará delante de nosotros”.
Concentraban en un sector aparte y partían desde el Parque Los Andes, donde se topaban con agrupaciones de izquierda que permanecían encerradas dentro del parque, tras las rejas y custodiadas por la policía. “Nos tienen aquí presos, no nos dejan salir hasta que no termine todo”, denunciaban los manifestantes recluidos. El público general podía entrar y salir por las puertas semiabiertas de las rejas, fuertemente vigiladas por gendarmes con aspecto de robocops. Ellos, no. “Es por la seguridad propia de ellos, ya ve cómo está la cosa, si salen es para problemas”, le explicó un policía a esta cronista.
El Desenlace Represivo y la Bronca que Persiste
Hacia las seis y media de la tarde, el flujo de seguidores hacia el estadio comenzó a disminuir; mientras, frente a él, la columna opositora se engrosaba con quienes salían de sus trabajos. Los automóviles que circulaban tocaban bocina en apoyo a uno u otro bando, era la grieta expresada sobre ruedas. El tránsito no llegó a cortarse, salvo por un breve lapso en Dorrego. “Organizar la bronca”, rezaba la gran bandera blanca desplegada por los manifestantes frente a la boca del subte.
Como si no quisieran perder la costumbre, pasadas las siete y media, y sin mediar explicación alguna, una parte de la policía comenzó a “arrear” a un grupo de manifestantes, empujándolos casi hasta la avenida Juan B. Justo. La situación derivó en golpes, gases lacrimógenos y hostigamiento hacia fotógrafos.
“Cobramos todos los miércoles y ahora también cobramos un lunes”, se lamentaba un jubilado, quien había llevado al lugar el mismo cartel que exhibe cada semana frente al Congreso: “Basta de Milei, no se soporta más”. Una queja solitaria en medio del estruendo, síntoma de un malestar que parece lejos de disiparse.