El reconocido director técnico, figura central en la historia reciente del deporte nacional, pereció a los 69 años tras una prolongada lucha contra el cáncer de próstata. Su legado incluye una brillante carrera como jugador de Estudiantes y una trayectoria técnica triunfal que lo coronó en clubes como Boca Juniors, Vélez y Rosario Central.
La noticia conmocionó al ámbito del fútbol argentino. Miguel Ángel Russo, una de las figuras más respetadas y queridas de los últimos decenios, falleció este miércoles a los 69 años. El adiós se produjo luego de un extenso tratamiento contra una enfermedad oncológica de próstata que lo acompañaba desde hacía un largo tiempo. Russo se despidió en paz, dejando tras de sí una estela de triunfos y un profundo reconocimiento por su labor.
Su vínculo con el deporte se forjó en las divisiones juveniles de Estudiantes de La Plata, club en el que debutó profesionalmente en 1975. Rápidamente, se erigió como un mediocampista defensivo de notable equilibrio, convirtiéndose en el símbolo de una generación que supo mantener encendida la llama combativa del equipo que había dominado el continente a finales de los años sesenta. Vistió la camisa del “Pincha” hasta 1988, acumulando más de cuatrocientos encuentros oficiales y transformándose en un referente indiscutido de la entidad.
Aunque su esencia estuvo ligada al club de La Plata, un episodio crucial marcó su carrera como futbolista. En 1986, estuvo a punto de integrar el plantel de la Selección Argentina que disputaría el Mundial de México, pero una severa lesión en la rodilla truncó ese sueño y lo alejó de la cita máxima.
Una vez colgados los botines, Russo emprendió con éxito su camino en el banquillo. Inició su andadura como director técnico en 1989 al frente de Lanús, en la segunda categoría. A partir de entonces, su recorrido lo llevó a transitar por la mayoría de los clubes emblemáticos del fútbol local, alternando ciclos de reconstrucción con otros de grandes aspiraciones. Su silla técnica fue ocupada en instituciones de la talla de Estudiantes, Rosario Central, Vélez Sarsfield, Racing Club, San Lorenzo, Colón y, de manera destacada, Boca Juniors. Su expertise también cruzó fronteras, con experiencias en España, México, Paraguay, Perú, Colombia y Arabia Saudita.
El punto más alto de su carrera técnica se cristalizó en el año 2007, cuando guio a Boca Juniors hacia la conquista de la Copa Libertadores. Aquel equipo, una amalgama perfecta de juventud y veteranía, tuvo a Juan Román Riquelme como su estandarte. Aquella consagración continental, lograda con un sello de juego equilibrado y una solidez defensiva a prueba de bombas, consolidó a Russo en la cúspide de los estrategas argentinos.
Su palmarés como entrenador evidencia una notable y sostenida capacidad para alcanzar el éxito. En el ámbito doméstico, se alzó con el Torneo Clausura 2005 al mando de Vélez Sarsfield, reconduciendo al conjunto de Liniers a la elite con un equipo de impecable estructura táctica. Fuera de Argentina, sumó la Liga Colombiana 2017 con Millonarios de Bogotá, una campaña que reforzó su prestigio en el continente.
Tras su regreso al país, Russo volvió a escribir páginas gloriosas con la camiseta de Boca Juniors. Obtuvo la Superliga 2019/20 y la Copa Diego Maradona 2020, este último logro en el complejo contexto de la pandemia, acumulando así cuatro trofeos oficiales con la institución de la Ribera. Su último gran festejo, cargado de emoción, lo vivió nuevamente en Rosario Central, coronándose campeón de la Copa de la Liga Profesional 2023 y brindando una inolvidable vuelta olímpica en el Gigante de Arroyito, un escenario que siempre lo consideró propio. La partida de Miguel Ángel Russo deja un vacío inmenso, pero su legado como un hombre de clubes, triunfador y profundamente respetado, perdurará para siempre.