La inédita intervención del Tesoro norteamericano comprando pesos y un swap millonario con el Banco Central marcan un giro histórico. Mientras el oficialismo celebra el respaldo, las dudas sobre el costo geopolítico y los verdaderos beneficiarios de la operación ensombrecen el efímero alivio financiero.
El gobierno de los Estados Unidos se ha inmiscuido de manera profunda en el destino económico de la Argentina. Este jueves, el secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, confirmó una intervención directa en el mercado cambiario local mediante la adquisición de pesos y la concertación de un acuerdo de canje de divisas con el Banco Central por una suma de 20.000 millones de dólares. El anuncio fue recibido con júbilo por el presidente Javier Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, quienes lo interpretaron como una señal de respaldo absoluto a su programa de ajuste. No obstante, en la práctica, este movimiento refleja un nivel de sujeción a la administración Trump y a la potencia occidental que carece de antecedentes en la historia reciente.
De hecho, la administración argentina ha cedido de manera tácita las riendas de su política económica al Tesoro de los Estados Unidos. Bessent echó mano este jueves a un recurso excepcional, como es la intervención directa en el mercado doméstico de otra nación, acudiendo al rescate de su moneda. Sin embargo, versiones robustas en medios estadounidenses ofrecen una interpretación de los hechos considerablemente más delicada. Se ha señalado que esta maniobra de auxilio fue consensuada entre los gobiernos de Trump y Milei con el objetivo expreso de «financiar» la salida de los capitales especulativos que se encontraban inmovilizados tras haber adquirido bonos de la deuda pública en dólares.
De confirmarse esta hipótesis, se trataría de una operación de alcance muy limitado en el tiempo, abriendo una ventana de apenas unas semanas para permitir la fuga de esos fondos de inversión, para luego reproducir el cuadro de crisis, pero de forma agravada. Un proceso que evoca poderosamente al que sufrió la Argentina con el crédito del Fondo Monetario Internacional al gobierno de Mauricio Macri en 2018, y que tuvo como actor principal al mismo Luis Caputo, hoy nuevamente al mando de la cartera económica.
Los inversores aguardaban desde hacía días una acción concreta por parte de Washington, y las declaraciones de Bessent lograron restablecer transitoriamente la confianza en el mercado. Los bonos y las acciones experimentaron una fuerte subida, al mismo tiempo que se atenuó la presión cambiaria que se había acelerado en la última semana. Se trata de la misma reacción efusiva que los mercados habían exhibido semanas atrás y que, con celeridad, se transformó en más incertidumbre que certidumbre.
La maniobra estadounidense con la Argentina no logra despejar los interrogantes que se ciernen sobre los próximos meses. La nación sudamericana vuelve a depender de la asistencia de Washington para esquivar una devaluación abrupta o una crisis en espiral. Pero las condiciones de este respaldo no han sido explicadas y todo indica que no serán transparentadas. La geopolítica emerge como el argumento primordial para explicar este salvavidas financiero, aunque comienzan a escucharse otros catalizadores de peso, vinculados exclusivamente al universo de las finanzas.
The New York Times publicó un artículo que avivó la polémica. El prestigioso diario planteó que el verdadero propósito del rescate argentino podría no ser la estabilización de la economía, sino auxiliar a los grandes fondos de inversión que se hallan atrapados por su tenencia de bonos soberanos. Según la publicación, entre los posibles beneficiarios de la intervención de Estados Unidos se encontrarían los fondos BlackRock, Fidelity, Pimco y ex colegas de Bessent en Wall Street. Todas estas entidades mantienen cuantiosas inversiones en deuda argentina y se encaminaban a registrar pérdidas cuantiosas.
Un carnaval financiero y un misterio por develar
El Tesoro de Estados Unidos ejecutó una jugada inédita, saliendo a comprar pesos en el mercado de cambios. Para cualquier economista, se trata de una idea que desafía la intuición, un hecho tan extraordinario que raya en lo surreal. Parafraseando a Giuliano da Empoli, es el ejemplo claro de que todo está invertido, es un auténtico carnaval. La situación generó incluso un insólito ida y vuelta en las redes sociales, donde el propio ministro Caputo agradeció las celebraciones de un analista que, con sorna, afirmaba: «El ‘toto’ Caputo le vendió pesos al Tesoro norteamericano. Cierren el estadio».
No obstante, más allá de los festejos en el gobierno, no existe claridad sobre la continuidad de la estrategia de intervención estadounidense. Las preguntas son evidentes: ¿Se sostendrá hasta las elecciones? ¿Qué hará Estados Unidos con los pesos que adquirió? En su primer anuncio, Bessent dejó entrever que veía con buenos ojos el esquema de bandas cambiarias que el gobierno intentó sostener. Sin embargo, en declaraciones posteriores, el funcionario sembró nuevas dudas. Aseguró que no estaba inyectando dinero directamente en la Argentina, sino que simplemente estaba realizando un buen negocio: comprar pesos baratos para venderlos caros en un futuro, especulando con una apreciación de la moneda local tras los comicios.
El precio político de la dependencia
Lo único que quedó palmariamente claro en las palabras de Bessent es que esta ayuda de última hora no será gratuita. Detrás de ella hay condiciones y una estrategia de subordinación. “El presidente Milei ha hecho lo correcto. Es un gran aliado para Estados Unidos. Vendrá al Despacho Oval el próximo martes y tiene el compromiso de sacar a China de la Argentina. Un riesgo para evitar es que el país sea otra Venezuela”, sentenció el secretario del Tesoro.
Frente a estos mensajes, que delinean un claro alineamiento geopolítico, el gobierno local opta por pasarlos por alto y concentrarse en una euforia desbordante. El presidente Milei no tardó en elogiar a su ministro: «¡Lejos el mejor ministro de economía de toda la historia argentina!», para luego agradecer a Trump y a Bessent por su «visión y liderazgo contundente». Sin embargo, pese a la celebración, el resultado tangible es que la administración ha perdido toda capacidad de acción autónoma y depende de manera incondicional de las decisiones que se tomen en Washington. El timón de la economía argentina, por ahora, tiene dueño y sede.