La irrupción de Pac-Man en 1979 no solo desafiaba la violencia reinante en los salones recreativos, sino que redefinió para siempre el concepto de videojuego, abriendo las puertas a un público universal con una simple pero genial premisa: comer.
En un paisaje digital dominado por naves espaciales y explosiones, un ícono amarillo y redondeado emergió para transformar la industria del entretenimiento electrónico. La llegada al mercado japonés de Pac-Man, el 10 de octubre de 1979, constituyó un parteaguas cultural. Aquella época estaba marcada por una estética monocromática y belicista, donde imperaban títulos como «Asteroids» y «Space Invaders», que invitaban al usuario a la destrucción mutua. Incluso «Galaxian», lanzado ese mismo año por la compañía Namco, seguía los patrones establecidos de defensa armada contra invasiones intergalácticas.
Frente a este escenario, Namco, una firma con una sólida trayectoria desde 1955 en el rubro de las máquinas recreativas, anhelaba diversificar su propuesta y captar una audiencia más amplia. La misión recayó en el joven diseñador Toru Iwatani, quien visualizó la necesidad de un cambio radical. Iwatani percibió que las salas de arcade, convertidas en ambientes oscuros y predominantemente masculinos, excluían a un vasto sector de la población. Su visión era clara: crear un juego que resultase atractivo para mujeres y familias, transformando esos espacios en lugares más vibrantes y acogedores.
El concepto germinó a partir de una observación cotidiana: el acto universal de comer. La leyenda cuenta que fue durante una comida de pizza cuando Iwatani, al retirar una porción, vislumbró en la silueta restante la forma del personaje que protagonizaría su creación. La mecánica resultante era una ruptura absoluta con lo establecido: no existiría un botón de disparo, solo un joystick para guiar al protagonista a través de un laberinto, consumiendo puntos, frutas y las cruciales píldoras de poder que permitían cazar a los perseguidores. “La palabra ‘comer’ es universalmente atractiva”, declararía luego Iwatani, explicando la esencia de su idea.
Este ser amigable y sin género definido, bautizado inicialmente como «Puck-Man» por la onomatopeya japonesa «paku paku» (que imita el sonido de masticar), necesitó un cambio de identidad para su incursión en Occidente. El distribuidor norteamericano Midway, anticipando un posible vandalismo gráfico que alterara el nombre, lo rebautizó como el ya inmortal Pac-Man.
La genialidad del diseño se evidenció también en sus antagonistas: los cuatro fantasmas, Blinky, Pinky, Inky y Clyde, cada uno con una inteligencia artificial distintiva que otorgaba al juego una profundidad estratégica inédita. Inspirados en los «youkai» del folclore japonés, estos espíritus dotaban de personalidad y un desafío progresivo a las 255 pantallas que conformaban la aventura. Las secuencias animadas entre niveles y la introducción de los «potenciadores» temporales, un concepto pionero para la época, enriquecieron una experiencia que pronto se convertiría en un fenómeno social sin precedentes.
La «Pac-manía» estalló con una fuerza arrolladora. Solo en Estados Unidos, se instalaron cien mil máquinas y se registraban doscientos cincuenta millones de partidas semanales. La afluencia masiva de jugadores de todos los géneros y edades obligó a muchas ciudades a regular el funcionamiento de los salones recreativos. El impacto económico fue monumental, con ingresos que alcanzaron los ocho millones de dólares semanales en monedas de veinticinco centavos. La imagen del glotón amarillo inundó el mercado con una avalancha de productos licenciados, desde camisetas hasta peluches, y su estatus de ícono se cementó con su inclusión en la colección permanente del Museum of Modern Art de Nueva York.
A lo largo de los años, el mito continuó creciendo. Desde la hazaña de Billy Mitchell, quien en 1999 logró por primera vez la puntuación perfecta, hasta la demostración de su vigencia en 2010, cuando el doodle interactivo de Google consumió millones de horas de productividad laboral en todo el mundo. Reconocido por el Libro Guinness de Récords como el juego de arcade más exitoso de la historia, con una franquicia que ha generado ingresos estimados en catorce mil millones de dólares, Pac-Man perdura. Su esencia simple y alegre no solo conquistó las pantallas, sino que se grabó a fuego en el imaginario colectivo, demostrando que la revolución más poderosa a veces llega con un simple «paku paku».