La visita frustrada a Trump desnudó una compleja trama interna para desplazar a la cúpula actual. Con la mira puesta en las elecciones y las reformas, operadores locales y asesores extranjeros tejen una nueva gobernabilidad que podría desembocar en un cambio radical del gabinete.
La retórica desbordada de Donald Trump no solo empañó el ansiado día de Javier Milei y provocó un abrupto derrumbe en las cotizaciones de los activos argentinos. Simultáneamente, se erigió como el impedimento más inesperado para una ambiciosa estrategia gestada en las entrañas del gobierno nacional. Se trata de una maniobra de múltiples frentes, orquestada desde Washington y ejecutada por Santiago Caputo, cuyo objetivo primordial era desalojar a Karina Milei del núcleo de las decisiones y usurpar su posición de influencia. Una suerte de asonada interna contra «El Jefe» para instaurar una nueva forma de gobernar, moldeada a la medida de los intereses de la Casa Blanca en la etapa postelectoral.
El 27 de octubre no solo marca el vencimiento de un régimen monetario. Sobre esa fecha también se cierne la expectativa de un relevo en la cúpula gubernamental, una renovación que aspire a oxigenar la administración y facilite la construcción de los consensos imprescindibles para la aprobación de las reformas estructurales promovidas por el mandatario y sus aliados internacionales. Una transformación que trascienda el mero cambio de caras y que fortalezca a sectores que, durante el año electoral, quedaron relegados frente al monopolio decisorio ejercido por la secretaria general de la presidencia y sus allegados.
El pretexto para este movimiento palaciego sería una derrota en los comicios, un escenario que los conjurados ya dan por descontado, cuando no abiertamente deseado. Desde Estados Unidos se ejercerá la presión para que Milei acepte, en esta oportunidad, desplazar a su hermana hacia un segundo plano decoroso, por las buenas o por las malas. A partir de ese momento, entraría en vigencia un novedoso esquema de gobierno, más proclive a distribuir el poder y los beneficios entre aliados estratégicos. La coronación de esta maniobra implicaría la renovación de la mitad, o más, del gabinete, con Caputo a la cabeza, absorbiendo para sí toda la autoridad del llamado triángulo de hierro.
Barry Bennet, un etéreo consultor republicano, es el hombre que viajó a Buenos Aires con la misión de imponer orden. La semana pasada trabajó codo a codo con el monotributista en jefe para reconstruir la coalición que había garantizado la ley de Bases, esta vez con mayor liberalidad. Juntos mantuvieron conversaciones con gobernadores agrupados en Provincias Unidas y otros, y celebraron una cena –revelada por el periodista Carlos Pagni– de la que participaron Rodrigo De Loredo, Miguel Pichetto y Cristian Ritondo. También hubo contactos con empresarios nacionales, quienes comprometieron su apoyo.
Este lobby feroz ya comenzó a dar frutos: esta semana el oficialismo logró detener la hemorragia en el Congreso. Los diputados negaron el quórum en la sesión donde los ministros de Economía y Salud, junto a la propia Karina Milei, debían concurrir a dar explicaciones. En el Senado, el respaldo de los gobernadores fue clave para frenar un proyecto que buscaba obstaculizar la privatización parcial de Nucleoeléctrica Argentina, un área de interés prioritario para Washington. La continuidad y el costo de esta colaboración dependerán del resultado del 26 de octubre.
De acuerdo a fuentes cercanas a las negociaciones, se barajó la incorporación de uno o dos gobernadores al gabinete, respetar al radicalismo su lugar en Defensa y otorgarle a un sector del PRO mayor protagonismo en la Cámara de Diputados. Desde Estados Unidos, además, se solicitan recambios en Cancillería y no se descarta el envío de un nuevo embajador con perfil político a Washington. Si bien no se habló de nombres concretos, Pichetto encaja en la descripción. Respecto a Economía, se considera prematuro para especular.
La anticipada visita de Milei al Salón Oval debía ser el broche de oro para la conspiración. Por eso Caputo operó con intensidad en los días previos para que se supiera que él, una vez más, había sido el arquitecto del éxito. Todo eso se volvió en su contra cuando Trump condicionó su ayuda a un triunfo en las urnas y los mercados se desplomaron. Su plan estaba en riesgo. Por eso no esperó a que terminara el almuerzo para instalar una interpretación libre de las palabras del norteamericano, sugiriendo que no se refería a los próximos comicios sino a los siguientes. Algunos medios, solícitos, llegaron a entrecomillar «2027», una palabra que nunca fue pronunciada.
La furia del asesor se vio reflejada en la primera reacción de su más fiel halcón, quien se sintió libre después de semanas de silencio y despotricó con virulencia contra el canciller Gerardo Werthein, el mismo del que horas antes afirmaban no haber tenido ninguna participación en las gestiones. La búsqueda de chivos expiatorios para la interna puede ser un deporte de alto riesgo en la recta final de una elección a la que el oficialismo llega con lo justo y en la que se juega mucho más que un puñado de bancas. La noticia del recambio, ahora voz populi, activó un peligroso juego de las sillas.
Una palabra final en este asunto la tendrán los padrinos del actual jefe de gabinete, Guillermo Francos, a quien también imaginaron en algún momento como un interventor plenipotenciario para desplazar a Karina, y que públicamente se enfrentó al asesor estrella en los últimos días. Francos disiente de la estrategia diseñada por Caputo para no aplicar las leyes sancionadas, fundamentalmente porque el responsable legal de ese desacato es él, y teme consecuencias penales. En una cosa coinciden ambos: si Milei no les concede todo el poder y aparta a Karina, prefieren regresar al sector privado.