Rosana Mansilla, exalumna del establecimiento, se convierte en la primera directora fueguina del nivel secundario, marcando un hito en los 130 años de una institución que es pilar educativo y social de Río Grande.
El Instituto María Auxiliadora, un nombre grabado a fuego en la memoria colectiva de Río Grande, está escribiendo un capítulo singular en su extensa trayectoria. Con una herencia de 130 años, la institución inaugura una etapa bajo el liderazgo de Rosana Mansilla, la primera fueguina y egresada en acceder a la conducción del ciclo secundario. Este nombramiento histórico coincide con la conmemoración de las siete décadas del nivel primario, afianzando un legado salesiano que ha moldeado la identidad educativa local y su compromiso inquebrantable con la comunidad.
Existen pocos establecimientos que puedan proclamarse como parte vital de la crónica de una urbe. El Instituto María Auxiliadora, erigido en 1895 —incluso antes de la fundación oficial de la ciudad—, es uno de ellos. Entre sus paredes se forjaron sucesivas generaciones de riograndenses, entre los cuales se encuentra la propia Rosana Mansilla, quien ahora, transcurrido más de un siglo, se transforma en la primera hija de esta tierra y antigua estudiante en desempeñar el cargo de directora del secundario.
Ubicado en el corazón de la ciudad, el Instituto María Auxiliadora constituye un referente indiscutido. Su emblemática fachada, la algarabía de los patios en el recreo y el incesante trajín de educandos, profesores y familias forman parte del latido cotidiano de la población fueguina. La escuela ha estado presente desde tiempos inmemoriales, observadora de las metamorfosis de la comunidad y de los anhelos de sus habitantes.
La fundación del colegio se remonta a 1894, de la mano de las Hijas de María Auxiliadora, la congregación femenina de la familia salesiana instituida por Don Bosco y Santa María Dominga Mazzarello. Las pioneras religiosas arribaron a Tierra del Fuego movidas por un objetivo misionero: instruir a las jóvenes de la región más austral de la Argentina. Desde ese momento, el colegio se erigió en un faro de enseñanza y desarrollo social. En sus aulas se educaron promociones de mujeres y hombres que con los años se convertirían en maestros, profesionales, dirigentes, madres y padres que optaron por replicar la vivencia con sus propios hijos.
“Tuve la dicha y la responsabilidad de retornar para encabezar esta función”, relató Mansilla durante una entrevista concedida a ‘La Mañana de la Tecno’ en Radio Universidad 93.5 MHz. Su designación se materializó luego de un exhaustivo proceso de selección a nivel nacional, promovido por la Inspectoría de las Hijas de María Auxiliadora, con sede en Córdoba, que agrupa a las 64 casas que la congregación posee en todo el territorio argentino. “Soy la tercera directora laica del colegio, pero la primera oriunda de esta tierra”, subrayó con visible orgullo, estableciendo un precedente dentro de los anales de la institución y también en el seno de la comunidad pedagógica local.
La historia del instituto se entrelaza de manera indisociable con el devenir de Río Grande. Llegó a la ciudad de la mano de la Misión Salesiana, en los últimos años del siglo XIX y los comienzos del XX. Inicialmente comenzó a funcionar el jardín de infantes, posteriormente el nivel primario —que en este ciclo lectivo alcanza sus 70 años—, y finalmente el nivel secundario, que inició sus actividades en 1986. “Hoy estamos de celebración porque se cumplen 70 años del nivel primario, y el martes 4 de noviembre a las 15.30 vamos a conmemorarlo con toda la comunidad educativa en el gimnasio”, anticipó la directora.
A lo largo de su existencia, el colegio ha sabido acompañar la expansión demográfica y cultural de la ciudad, evolucionando de una escuela exclusivamente para mujeres a una institución mixta a partir de 2012. “Cuando yo me gradué en 1995 éramos todas mujeres. La transformación fue un desafío enriquecedor, porque amplificó las dinámicas, la convivencia y el sentimiento de pertenencia a una comunidad”, evocó Mansilla. Este cambio refleja la capacidad de la institución para adaptarse a los nuevos tiempos sin perder la esencia de su carisma fundacional, consolidándose no solo como un centro de enseñanza, sino como un verdadero símbolo de identidad y continuidad para Río Grande.
