La liberación de casi dos mil prisioneros palestinos a cambio de los últimos veinte rehenes vivos marca un hito en el conflicto, generando escenas de júbilo y alivio en medio del duelo y las acusaciones de incumplimiento.
Un aire de esperanza y duelo simultáneos se respiró este lunes en Tierra Santa, tras consumarse un monumental intercambio que liberó a 1.968 prisioneros palestinos de cárceles israelíes a cambio de la devolución de los últimos veinte rehenes israelíes que permanecían con vida bajo el poder de Hamas en la Franja de Gaza. Este acontecimiento, que constituye la primera fase de un alto el fuego impulsado por Estados Unidos, fue recibido con manifestaciones de alegría tanto en la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv como en el asediado territorio palestino, al tiempo que se confirmaba la amarga entrada a Israel de los cuerpos sin vida de cuatro cautivos.
El servicio penitenciario israelí emitió un comunicado oficial confirmando la puesta en libertad de los detenidos, a quienes calificó de «terroristas», en cumplimiento del pacto de cesación de hostilidades. La operación logística fue masiva: los reclusos partieron desde los centros penitenciarios de Ofer, en Cisjordania, y Ketziot, en el sur de Israel, con destino a dichos territorios y a la Franja de Gaza.
En el corazón de Tel Aviv, una multitud congregada en la simbólica Plaza de los Rehenes estalló en una ovación colectiva al conocerse la noticia. El espacio, que durante años fue epicentro de protestas y reclamos, se transformó en un escenario de abrazos y lágrimas de alivio. El constante sobrevuelo de helicópteros transportando a los liberados hacia los hospitales de la periforia era coreado por la gente, que portaba fotografías de los secuestrados y banderas con el lazo amarillo, emblema de la campaña por su regreso. No obstante, la celebración estuvo matizada por la pena. «Estoy partida entre la emoción y la tristeza por aquellos que no volverán», confesó Noga, una joven que documentó cada día del cautiverio en su libreta.
El Foro de las Familias de Rehenes y Desaparecidos, principal impulsor de las movilizaciones, subrayó que la misión no está completa. En un duro recordatorio, insistieron en que la obligación moral persiste hasta que el último de los fallecidos sea localizado y recibido para un entierro digno. Este sentimiento fue eco en las palabras de Ronny Edry, un profesor israelí, quien reflexionó sobre la «locura» de una guerra que deja un reguero de casi dos mil víctimas.
Mientras tanto, en Cisjordania, la escena fue de euforia contenida y reencuentros emotivos. Centenares de personas desafiaron las restricciones impuestas por las autoridades israelíes, que habían solicitado evitar celebraciones multitudinarias, para recibir a los suyos con vítores y banderas palestinas. Para muchos de los liberados, como Musab Khawazeh, condenado a tres décadas de prisión, el regreso fue un sueño largamente anhelado por sus familias. «Es un sentimiento indescriptible, como volver a nacer», afirmó Mahdi Ramadan, otro de los excarcelados, al reencontrarse con los suyos. Historias como la de Nur Sufan, quien conoció por primera vez a familiares que también habían estado encarcelados, ilustraron el profundo costo humano del conflicto.
Sin embargo, la sombra de la discordia se cierne sobre el proceso. Paralelamente a la liberación de los vivos, Hamas hizo entrega de los restos de cuatro rehenes fallecidos: Guy Illouz, Bipin Joshi, Yossi Sharabi y Daniel Peretz. No obstante, la entrega de los otros veinticuatro cuerpos que aún permanecen en Gaza se ha convertido en un nuevo punto de fricción. El ministro israelí de Defensa, Israel Katz, acusó públicamente a la organización islamista de violar el acuerdo al no devolver todos los cadáveres, y advirtió con contundencia que cualquier omisión intencional tendrá consecuencias.
Este intercambio, supervisado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, cierra un capítulo inmediato pero abre una fase de incertidumbre. La frágil tregua se sostiene sobre la promesa de continuar con la búsqueda de los desaparecidos, un proceso donde la desconfianza mutua y el dolor de las familias amenazan con desestabilizar la precaria calma alcanzada. La esperanza y el rencor, el reencuentro y la pérdida, se entrelazan en un delicado equilibrio que define el tortuoso camino hacia la paz.