La contienda electoral expone la profunda crisis del sistema político. Mientras el oficialismo apuesta al respaldo público de un funcionario estadounidense, la oposición moviliza multitudes tras una líder con prisión domiciliaria, en un clima de creciente polarización.
El escenario político nacional se encuentra atravesado por una singular y alarmante contradicción en la recta final de la campaña electoral. Dos rostros dominan la pugna de manera abrumadora: por un lado, la expresidenta Cristina Kirchner, quien desde su encierro domiciliario congrega adhesiones; por el otro, Scott Bessent, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, convertido en el principal vocero de la campaña oficialista. El hecho de que dos de las figuras más gravitantes sean un ministro de una potencia extranjera y una dirigente opositora proscripta constituye un síntoma elocuente de la descomposición del sistema.
Con una seguidilla de anuncios de venta de divisas norteamericanas y un torrente de mensajes plagados de promesas, Bessent ha cargado sobre sus espaldas la estrategia electoral del gobierno. Actuando como si fuera un candidato más, exhortó al voto a favor de las listas de los falsos libertarios y garantizó que, de triunfar los seguidores de Javier Milei, la Argentina recibiría la bendición de Washington. El oficialismo, carente de figuras propias con peso propio, ha convertido al funcionario foráneo en su principal carta de presentación.
Esta injerencia del alto representante económico norteamericano no ha sido discreta, sino pública y notoriamente desvergonzada. En circunstancias normales, semejante conducta sería calificada como un abierto intervencionismo de una potencia en los asuntos internos de otro país. Lo paradójico reside en que no se trató de una imposición, sino de un gesto expresamente solicitado por el propio presidente Milei.
Si el oficialismo carece de candidatos más potentes que el ministro de una nación extranjera y, simultáneamente, la principal referente opositora permanece encarcelada, estos datos, al conjugarse, llevan a una conclusión inquietante: la expresidenta habría sido proscripta porque sus adversarios son incapaces de generar un liderazgo de similar magnitud y deben recurrir al aval de una potencia que, sin duda, cobrará su favor.
La participación de Bessent ha dejado al descubierto la absoluta carencia de propuestas del oficialismo, que no ha encontrado mejor idea que ofrecer una dependencia lesiva en lo material y humillante en lo moral. La subordinación del gobierno hacia Washington es tan palpable que se ha erigido en su único recurso, tanto en la esfera política como en la económica.
La última década ha exhibido a un gobierno desesperado, ahondando en esa relación de sumisión. Todo el equipo económico —integrado mayormente por personas con residencia en Estados Unidos— ha desfilado entre Washington y Nueva York suplicando asistencia, con una devoción comparable a la de feligreses que imploran a la virgen de Luján. La diferencia crucial es que Estados Unidos no es una divinidad benévola y cada gesto tendrá un costo elevado.
La ausencia de cuadros políticos, dirigentes y candidatos en el oficialismo ha realzado aún más el liderazgo que Cristina Kirchner demostró en la masiva convocatoria del acto del 17 de octubre. La expresidenta trazó un paralelismo histórico, afirmando que, así como en 1945 la consigna fue “Braden o Perón”, en los próximos comicios la disyuntiva se plantea entre “Milei o Argentina”.
Mientras una multitud se congregaba en las inmediaciones de Constitución, frente al edificio donde cumple su prisión, el oficialismo enfrentaba serias dificultades para reunir a un puñado de simpatizantes en Caseros, en el conurbano bonaerense. Allí, un grupo espontáneo de vecinos protestó, repitiendo la escena que ha frustrado la mayoría de los actos de Milei. El Presidente, que se trasladó en helicóptero, apenas pudo arengar con un megáfono, pidiendo no abandonar la lucha a mitad de camino. Su mensaje se redujo a un llamado al esfuerzo, en un discurso marcado por la defensiva y la consigna: “Hay que aguantar”.
Frente a una narrativa tan frágil y con tan pocos dirigentes mostrándose en campaña, lo que en un principio parecían divisiones en el peronismo comenzó a percibirse como un resurgimiento. Los medios afines al gobierno intentaron presentar como una fractura la noticia de que la provincia de Buenos Aires realizaría su acto del 17 de octubre en la quinta de San Vicente, anunciando que “habría dos actos en el peronismo”. No obstante, en el movimiento peronista siempre han coexistido múltiples actos en esa fecha, con uno central que nuclea a la militancia. El acto matutino, encabezado por el gobernador Axel Kicillof junto a los candidatos provinciales, fue un ejemplo de unidad, con la presencia conjunta de figuras como Carli Bianco y Wado de Pedro. Al finalizar, tanto Kicillof como la vicegobernadora Verónica Magario se sumaron a las columnas que, desde la terminal de Constitución, marcharon hacia San José 1111, en un claro símbolo de cohesión.
Los primeros sondeos difundidos tras el escándalo que desplazó a José Luis Espert no son alentadores para el gobierno. Confirman resultados similares a los de septiembre en la provincia de Buenos Aires, mientras que Santa Fe y Córdoba tampoco favorecen las expectativas oficialistas. A esto se sumaron nuevos escándalos vinculados a la candidata a senadora por Río Negro, Lorena Villaverde, y a la ministra Patricia Bullrich, candidata en la Ciudad de Buenos Aires.
En lugar de cubrir la movilización masiva del 17 de octubre para exigir la libertad de Cristina Kirchner, y acorralado por una seguidilla de denuncias por corrupción, lavado de dinero y narcotráfico, el canal oficialista La Nación+ informaba sobre la inminente difusión de videos de Oscar Centeno, el chofer de la desprestigiada causa de los cuadernos. La locutora afirmaba que esas imágenes vinculaban al kirchnerismo con “los narcos de Maduro”.
Una operación tan burda en un contexto electoral, lejos de sumar adeptos, resta credibilidad a una causa judicial plagada de irregularidades que sólo se sostiene con funcionarios venales. Estas maniobras, basadas en noticias falsas y con la complicidad de servicios de inteligencia y periodistas, producen un efecto dual. Si en un primer momento lograron desgastar la imagen de Cristina Kirchner, principal blanco de estas campañas, en una segunda instancia, la persecución sistemática terminó por transformar la adhesión política en un vínculo afectivo, un lazo indestructible que fortalece su figura.
La insistencia en esta estrategia ya no genera escándalo, sino que pone de relieve la injusticia cometida contra la expresidenta. El ensañamiento la victimiza y la erige como la gran antagonista de un gobierno que, cada vez más, se presenta como el principal adversario del pueblo. La utilización de estos “videotruchos”, tan falsos como los cuadernos fotocopiados que dieron origen a la causa, evidencia el desconcierto de la derecha ante el derrumbe gubernamental.
Milei ascendió con velocidad meteórica, destruyó al PRO en poco tiempo y, con la misma celeridad, inició una caída libre que ha dejado huérfana a la derecha. En este contexto desesperado resurgen los videos de Centeno. Pero esa artimaña ya no funciona, del mismo modo que el protagonismo del secretario norteamericano Scott Bessent no logró contener el derrumbe de los mercados ni el alza del dólar.
Pareciera que todo sucede al mismo tiempo. En estos días se desarrolló en Mar del Plata el coloquio de IDEA, que reúne a representantes de las grandes corporaciones responsables de la tragedia que padece la gente común. Mientras sus pares en Brasil concretan lucrativos negocios con China y la India, aquí la clase dirigente parece incapaz de concebir una sola idea que ofrezca un horizonte de esperanza.