En una gira relámpago por Santiago del Estero y Tucumán, el Presidente enfrentó manifestaciones de rechazo mientras redoblaba su apuesta discursiva, mezclando insultos a la oposición con la garantía de un respaldo internacional que, asegura, será decisivo para el futuro del país.
Bajo una intensa custodia y rodeado de seguidores, el Presidente Javier Milei concluyó este fin de semana una gira exprés por el norte argentino, en un último esfuerzo por captar adhesiones para sus candidatos en vísperas de los comicios legislativos. Sin embargo, la imagen de la caravana oficial fue empañada por marchas de repudio que se sucedieron en ambas provincias, evidenciando el profundo clima de polarización que atraviesa la nación.
En el transcurso de esta ofensiva propagandística, el mandatario ultraderechista concedió una entrevista radial donde no escatimó en diatribas contra sus adversarios políticos. Con su retórica característica, los tildó de carecer de propuestas serias y de haberse convertido en «gremlins», una referencia grotesca a su desempeño electoral. Al mismo tiempo, volvió a erigirse como el gran interlocutor válido ante la comunidad global, vociferando con énfasis el «reconocimiento inédito» y el «apoyo único» que, afirma, recibe de los Estados Unidos. Aseguró que próximamente se harán «anuncios oficiales» sobre acuerdos concretos, pero solo «cuando estén firmados».
Esta proclama de respaldo norteamericano busca operar como un bálsamo frente a la evidente turbulencia financiera que sacude al país. Pese a la gestión pública del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, quien esta semana intervino en el mercado cambiario y prometió gestionar deuda con la banca privada, la divisa norteamericana no cesa en su escalada. Milei, no obstante, atribuyó esta inestabilidad exclusivamente al contexto electoral, pronosticando su desaparición una vez superada la jornada del 26 de octubre.
En un giro que combinó un optimismo forzado con un inusual reconocimiento de la realidad, el Jefe de Estado admitió que la situación económica es crítica. «Yo reconozco que no estamos bien. Hay un treinta por ciento de pobres. Es un montón», concedió, aunque rápidamente se apresuró a trazar una comparación con el pasado inmediato para justificar su gestión. Repitiendo el mantra de su campaña anterior, pintó un escenario catastrófico del cual, según su relato, habría salvado a la Argentina. Como contrapartida a esta admisión, proyectó un futuro halagüeño: prometió la erradicación de la inflación para mediados del próximo año y aseguró que los salarios, que según él eran «de trescientos dólares» al final del kirchnerismo, hoy se ubicarían en «mil dólares».
La gira por el norte no estuvo exenta de los episodios de tensión que suelen rodear sus apariciones públicas. En Santiago del Estero, acompañado de su hermana Karina y de su ministro del Interior, arengó a sus militantes desde la sede local de La Libertad Avanza, proclamando logros en materia de seguridad, desarticulación de protestas y combate al narcotráfico. Desde ese escenario, lanzó un dardo envenenado contra la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, a quien se refirió de manera despectiva al mencionar su situación judicial. Horas más tarde, en Yerba Buena, Tucumán, el espectáculo se repitió con idéntica coreografía y un mensaje suplicante: «Hagamos este esfuerzo, no nos quedemos a mitad de camino».
Mientras los cánticos de «la casta tiene miedo» resonaban entre sus seguidores, las fuerzas de seguridad local debieron contener a grupos que se manifestaban en contra de su presencia. Una vez más, la figura del Presidente demostró su poder para movilizar, tanto a favor como en contra, dejando en claro que su proyecto político avanza sobre una cuerda floja, balanceándose entre la lealtad ferviente de una base y el rechazo abierto de una porción significativa de la sociedad.