En un clásico de baja intensidad y tensión constante, un desliz defensivo en los albores del segundo tiempo inclinó la balanza. Cetré fue el verdugo, Palacios el ejecutor. El Pincha, resurgido tras la polémica institucional, buscará el título ante Racing.
El destino de la última pelota parecía cifrar tanto la gloria como la redención para Gimnasia. Sin embargo, un derechazo de Renzo Giampaoli se extravió entre las sombras del Bosque, encapsulando una noche en la que el Lobo, una vez más, no pudo torcer el hilo de su propia historia. Frente a ello, Estudiantes emergió nuevamente como el vencedor. La despedida de la hinchada local, consciente de que este equipo se construyó para la lucha por la permanencia, estuvo teñida de aplausos resignados, pero el dolor era palpable en las tribunas de madera. La auténtica celebración, en cambio, se apoderó del césped, donde los jugadores de rojo y blanco bailaron su pase a la final, la sexta bajo el ciclo de Eduardo Domínguez. Tras la intensa artillería verbal entre la AFA y Juan Sebastián Verón, el Pincha cobró forma, hiló tres triunfos consecutivos y ahora medirá fuerzas con Racing en Santiago del Estero.
Las banderas con la efigie de Maradona ondearon en la platea Basile, pero la magia del ídomo estuvo notablemente ausente. El encuentro se desenvolvió con una tensión opresiva y un brillo futbolístico escaso. El triunfo visitante arribó por un error no forzado: Giampaoli, obligado a salir para cubrir a Juan Pintado, falló en el cruce y permitió que Edwuin Cetré, el hombre más desequilibrante de la tarde, eludiera la marca y filtrara un centro hacia atrás para la arremetida definitoria de Tiago Palacios. Fue una réplica exacta de la jugada que había sellado el duelo ante Central Córdoba.
Para cualquier espectador que hubiera encendido el televisor apenas minutos antes del descanso, quizá demorado por una sobremesa extensa o la siesta del feriado, la impresión pudo ser la de haberse perdido un partido electrizante. En un frenético lapso de 120 segundos, ambos equipos protagonizaron un ida y vuelta vertiginoso. Una intercepción de Santiago Núñez y un pase largo dejaron a Cristian Medina al borde del gol, pero el ex volante de Boca se quedó sin impulso y su remate fue bloqueado por Nelson Insfrán. En la transición inmediata, el esférico derivó de izquierda a derecha para que Manuel Panaro inventara un disparo desde la entrada del área; un rebote en Santiago Arzamendia elevó la dificultad del lanzamiento y Fernando Muslera resolvió con un reflejo puro. Fue, no obstante, apenas una sacudida de emociones efímera. La realidad del análisis fue muy distinta.
Los primeros cuarenta y cinco minutos transcurrieron a una altura muy modesta. Arrancó mejor el equipo de Domínguez, luego se afirmó el local, pero más allá de ese breve destello en el epílogo de la etapa inicial, nada de sustancial ocurrió en el Bosque. Primaron la pierna nerviosa, la interrupción constante, las amonestaciones y un espectáculo que poco tuvo que ver con la efervescencia que suele rodear al clásico.
Estudiantes desplegó un 4-1-4-1 con Lucas Alario como referente, una decisión que se convirtió en un problema evidente. Ante la ausencia por suspensión de Guido Carrillo, Domínguez probó primero con Facundo Farías y luego con el exjugador de Colón y River. Lejos de las certezas que mostró en otras etapas, el santafesino no logró afirmar un solo balón, perdiéndose sistemáticamente entre los centrales rivales. En este contexto, lo más positivo del Pincha surgió por los costados, particularmente con Cetré, quien ganó el duelo personal a Pintado aunque sin afinar la puntería en el momento decisivo. Del otro flanco, Palacios buscó en varias ocasiones el uno contra uno frente a Pedro Silva Torrejón.
Gimnasia, por su parte, mostró intensidad con un 4-2-3-1 donde Nicolás Barros Schelotto fungió como punto de partida. Alejandro Piedrahita y Bautista Merlini se movieron por la izquierda y Panaro por la derecha. El colombiano fue una molestia constante para Román Gómez. Hubo un tramo en que el Lobo pareció dominante, pero lo logró más por ímpetu que por una superioridad técnica clara.
En el complemento, Gimnasia salió empujado por su gente, que vivía con una ansiedad creciente. Tenía encerrado a Estudiantes en su campo, pero en apenas ocho toques, el Pincha encontró el gol. Participaron desde el arquero hasta Palacios, aprovechando una concatenación de errores en el fondo defensivo tripero. El impacto psicológico fue severo para el Lobo. A partir de ahí, Estudiantes comenzó a manejar los tiempos con la pelota pegada a la suela de Medina. Fernando Zaniratto movió el banco con cambios ofensivos, llegando a jugar con cuatro atacantes: Jeremías Merlo y Norberto Briasco por las bandas, Marcelo Torres y Jan Hurtado en el centro. Los balones volaron al área de Muslera como proyectiles, pero la zaga visitante, con un Leandro González Pirez monumental y el refuerzo de Facundo Rodríguez, rechazó todo con férrea determinación.
Así, Estudiantes alcanzó la final del Torneo Clausura y ahora espera que el desenlace replique el del Metropolitano de 1967, cuando derrotó 3 a 0 a Racing en el Viejo Gasómetro. Se avecina otro duelo de carácter histórico, una cita que promete reavivar la llama de aquellas antiguas noches coperas que forjaron esta rivalidad.
