En su nueva hoja de ruta estratégica, la Administración Trump anuncia un giro continental que prioriza el control militar y económico de América, alerta sobre el «ocaso» de Europa y marca distancias con aliados tradicionales para concentrarse en rivales como China.
En un movimiento que busca redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo, el gobierno del presidente Donald Trump ha desvelado una directriz de política exterior que, inspirándose abiertamente en los postulados históricos de la Doctrina Monroe de 1823, establece la consolidación de la primacía estadounidense en el continente americano como pilar fundamental de su seguridad nacional. La estrategia, delineada en un documento de treinta y tres páginas presentado como la brújula para un eventual segundo mandato, señala la intención de impedir de manera rotunda la injerencia de potencias foráneas y sus competidores económicos en la región, considerando su presencia una amenaza directa.
Esta reinterpretación contemporánea de la doctrina del expresidente James Monroe se presenta con un rigor más acentuado, con el objetivo declarado de recuperar y blindar la influencia hegemónica de Washington. El plan se articula en torno a dos ejes principales: la incorporación de aliados afines y la expansión de la red de socios en el hemisferio. La Casa Blanca proclama la necesidad de ajustar su despliegue militar global, reorientando recursos desde teatros considerados de menor relevancia hacia “amenazas urgentes” dentro de las Américas.
El capítulo dedicado a Latinoamérica es particularmente exhaustivo. Bajo el principio de incorporación, la administración prevé una colaboración estrecha con gobiernos aliados ya consolidados para erradicar los flujos de migración irregular y el narcotráfico, reforzando la estabilidad regional. La directriz es clara al anunciar que se recompensará a aquellas naciones que compartan la visión estratégica de Washington, aunque también se menciona la posibilidad de cooperar con gobiernos de perspectivas distintas si mantienen intereses comunes.
Paralelamente, la estrategia enfatiza la disuasión como herramienta para expandir su esfera de influencia, buscando apartar a los países de la región de la cooperación con actores externos, en una clara referencia a China y Rusia. El documento admite que revertir ciertas alianzas forjadas por afinidad ideológica será complicado, pero argumenta que en muchos casos la colaboración con potencias extracontinentales se basa en incentivos económicos. Washington se muestra confiado en poder demostrar los “costos ocultos” de tales acuerdos, como riesgos de espionaje o endeudamiento insostenible.
En el ámbito de la seguridad, la nueva política plantea un fortalecimiento sustancial de la presencia naval y de la Guardia Costera para el control de rutas marítimas, junto a despliegues dirigidos en fronteras y contra carteles de la droga, sin descartar el uso de fuerza letal. Económicamente, promueve una diplomacia comercial agresiva, basada en aranceles y acuerdos recíprocos, con la meta de fortalecer las cadenas de suministro continentales y reducir la dependencia de otros bloques.
Más allá del continente, el documento formula advertencias severas y polémicas. En un tono que hace eco de postulados de la ultraderecha europea, advierte sobre un posible “fin de la civilización” en Europa, atribuyéndolo a sus políticas migratorias. Profetiza que, en pocas décadas, varios miembros de la OTAN podrían convertirse en países de “mayoría no europea”, cuestionando implícitamente la continuidad de la alianza tal como se conoce. Sobre Ucrania, acusa a “gobiernos minoritarios inestables” en Europa de sabotear sus esfuerzos por negociar un cese rápido de las hostilidades con Rusia, conflicto que, a su juicio, ha dañado la economía europea.
Respecto a China, la estrategia establece como prioridad evitar un conflicto en el estrecho de Taiwán, manteniendo una ambigüedad calculada sobre una intervención directa pero subrayando que la defensa de la isla es un interés de seguridad nacional. En el plano económico, propone un “reequilibrio” de la relación para que resulte “mutuamente ventajosa”. Finalmente, el documento resta importancia estratégica a Oriente Medio –asegurando que Irán quedó “gravemente debilitado”– y celebra los “avances hacia una paz permanente” entre Israel y Palestina bajo su mediación.
Esta hoja de ruta, en su conjunto, perfila una política exterior marcadamente unilateral y orientada a la competencia entre grandes potencias, donde la reafirmación del dominio incontestable en su patio trasero continental se erige como la base desde la cual Washington aspira a proyectar su poder y salvaguardar lo que denomina su prosperidad y seguridad futuras.
