A 21 años de su trágica partida, la figura del sacerdote salesiano sigue viva en el corazón de los riograndenses. Su entrega a los más necesitados y su conexión con la comunidad lo convirtieron en un símbolo de sencillez y compromiso.
Veintiún años han transcurrido desde aquel fatídico día en que el Padre José Zink, histórico párroco de la Misión Salesiana, perdió la vida en un accidente vial. Sin embargo, su presencia sigue latente en las calles, en las anécdotas compartidas y en el museo que hoy guarda sus objetos más preciados. Su muerte, aunque dolorosa, terminó por inmortalizarlo en la historia local como un hombre que entregó su vida al servicio de los demás.
Carlos Martinic, conocido historiador y cercano a la congregación salesiana, rememoró aquellos años en los que el sacerdote se convirtió en un pilar fundamental para la comunidad. «Partió mientras se dirigía a asistir espiritualmente a alguien que lo necesitaba. Era su esencia: estar ahí, en el momento justo, acompañando a su gente», destacó. El lugar del accidente, entre la cruz y el monumento al ovejero, no fue casual: ambos símbolos representaban sus mayores pasiones, la fe y su amor por la tierra fueguina.
Llegado en 1956, el Padre Zink no solo se radicó en Tierra del Fuego, sino que se sumergió en su geografía más hostil. Recorrió a caballo parajes remotos, llevando consuelo, misa y compañía a quienes vivían en rincones olvidados. «Aparecía con su sotana y su caballo, dispuesto a rezar, bendecir o simplemente compartir un mate», relató Martinic. Su labor no se limitó a lo religioso; durante la Guerra de Malvinas, en Ushuaia, brindó apoyo a los sobrevivientes del crucero General Belgrano, demostrando una vez más su vocación de servicio.
Lo que lo hizo inolvidable, según quienes lo conocieron, fue su capacidad de conectar con todos por igual. «Podía debatir con científicos o expertos, pero también sentarse con los más humildes, escuchar sus problemas y resolverlos con pragmatismo», señaló Martinic. Su oficina siempre estaba abierta, su mate listo para compartir, y su actitud despojada de formalismos lo acercaba a grandes y chicos por igual.
El museo de la Misión Salesiana reserva un espacio especial para honrar su memoria. Allí se exhiben sus pertenencias: los premios que recibió, su colección de mates, la biblioteca personal e incluso la sotana que lo acompañaba en sus travesías a caballo. «Venir aquí es reencontrarse con su historia y, de algún modo, con la esencia de Río Grande», expresó Martinic.
Los horarios de visita son de lunes a viernes, de 13:00 a 17:30, con aperturas matutinas los martes y jueves. Una pequeña colaboración contribuye al mantenimiento de este rincón que guarda, entre sus paredes, el espíritu de un hombre que supo hacer de lo cotidiano un acto de amor.